El exilio está aquí al lado. De vez en cuando subo, quizás con un punto de adicción inicial. Un poco, sí. Si eres periodista, y te gusta el que haces, básicamente conocer personas, allí arriba, norte allá, ves demasiado de potentes porque no te atrape un poco, la verdad.
Todos estos nuestros gobernantes en el exilio, todos estos cerebros y potencialidades, todo este poder junto a una fragilidad espectacular. Visitas, sí, una debilidad poderosísima. Un poder agrietado. Una mezcla que lo empapa todo y constantemente. El exilio está aquí al lado y va bien visitarlo, porque nos hace tocar de pies a tierra. Nada como el exilio para ayudarte a soñar, a volar.
Nada como el exilio para ver la crudeza del momento, y arraigar. Desde los habitantes de la Casa de la República, a Waterloo, hasta los políticos exiliados y su poderosa soledad, todo esto es un pequeño reino en construcción que irá creciendo.
Una situación singular
Basta de compararlo con hace medio año y sus aparthotels. Ahora, desde los visitantes que reciben ocasionalmente nuestros gobernantes, hasta los amigos europeos que tenemos permanente, desde su CNI al nuestro, es todo ello una debilidad y potencia que lo empapa todo y constantemente.
Subes a Bruselas, Lovaina, Londres, Ginebra, Helsinki, y cada vez pasa igual: al volver hacia casa desde el extranjero recibes una extraña potencia, en contraste con un interior que no vive en la llama permanente de los de allí arriba, norte allá, donde dicen que la gente es limpia y noble, culta, rica, libre, desvelada y feliz, sí, y donde nadie se ríe, de la ley y de la antigua sabiduría de este nuestro árido pueblo, y sabe perfectamente que tenemos que seguir nuestro sueño, el sueño de una noche de verano que ahora empieza.
En fin, como siempre me pasa cuando subo norte allá, visitando del reino del exilio, vuelvo totalmente insuflado de una extraña energía poderosísima y de visiones de no-ficción que me acompañan el día siguiente de la Noche de San Juan. Sin niños no hay hoguera. Esto nos dicen al exilio: no todo es culpa del asfalto.
Sin niños, no hay San Juan, ni madera amontonada, ni hoguera para saltar. Es la carencia de niños campant libres por las calles que ha matado las hogueras de San Juan. Eran los niños que recogían la madera y lo amontonaban para hacer fuego.
Y eran los niños que iban a pedir a los vecinos, puerta por puerta. Eran niños haciendo vida en la calle. Eran niños matando el tiempo. Eran niños trayendo el fuego y la fiesta. Y ahora los niños hacen extrascolares, con horario, monitores y normas regladas.
Sin niños, las hogueras de San Juan se han ido apagando, y sólo nos quedan las tristes hogueras que organizan los mayores, sobre todo desde los ayuntamientos. Son hogueras regladas, que traen el logo incorporado y casi dirías que monitor y haciendo horas extras, con horario y normas regladas.
Cuando vuelves del exilio te preguntas, más que nunca, ¿por qué hemos dejado los niños por el camino en esta película? Y por qué coi queremos hogueras regladas, nosotros? Queremos niños campando libres y en la calle. Que hagan el favor de volver, subir encima del coche y avanzar.